Dos articulaciones, una nuestra y la otra del caballo, a las
que no se les da la consideración que merecen. Al menos eso creo. Y por ello
voy a exponer mis razones. Además, ambas están mucho más relacionadas de lo que
nos creemos.
Dos aclaraciones previas:
1ª.- Respecto de la nuca, me voy a referir a la flexión y
extensión, y no al movimiento lateral o de rotación de la misma.
2ª.- Cuando hablo de abrir o cerrar el codo, no me refiero a
su separación del cuerpo sino al ángulo formado por el brazo y antebrazo. Hasta
no hace mucho tiempo, cuando nos decían que había que cerrar los codos,
equivalía a llevarlos pegados al cuerpo.
¿Qué tienen ambas articulaciones en común? Yo pienso que de ellas
depende, en gran parte, el equilibrio del caballo. Y escribo para ayudar a
tomar conciencia del problema. Sí me atrevo a decir que lo tengo
comprobadísimo.
NUCA DEL CABALLO:
A menudo he escrito sobre las tres articulaciones
principales (de un total de 9) que hay entre la boca del caballo y la mano del
jinete –y que son las que estamos manejando continuamente a través de las
riendas-: mandíbula (articulación témporo-mandibular), nuca (articulación
atlanto-occipital) y base del cuello (articulación cérvico-torácica). Cada una
de ellas tiene un papel específico (lo mismo que las otras seis menores).
La nuca es la que más salta a la vista, y es la única parte
de la cabeza que ve el caballista.
La mandíbula nos confunde con mucha facilidad, porque es muy
fácil equivocarse cuando el caballo cede, ya que esta cesión puede ser –o
proceder- tanto de la mandíbula como de la nuca.
Y la articulación de la base del cuello resulta que no se ve, pero es tan importante como las otras; y debemos conocerla y aprender cómo funciona. En artículos anteriores también he explicado los quebraderos de cabeza que su desconocimiento ha provocado a la Humanidad, sí a la Humanidad. Y hoy en día, todavía, a infinidad de jinetes. Si comparamos el manejo de estas articulaciones con los inicios de la conducción de un coche, vemos que lo primero que se nos enseña es a manejar correctamente los pedales –embrague, freno y acelerador- con las piernas; y volante, freno de mano y cambio de marchas con las manos. Y no sólo aprendemos a no equivocarnos, sino también a ser precisos en la utilización de estos resortes. Porque, al fin y al cabo, son resortes (exactamente igual que los de los caballos. O los nuestros). Un error de conducción del coche nos puede llevar al hospital o al taller de reparación: cualquiera de los dos duelen. Y tal vez, mucho. Y los errores en la conducción del caballo no tienen, ni mucho menos, la trascendencia de los del coche, pero sí desesperan; al caballo primero, al jinete y al entrenador a continuación y, finalmente, a los familiares más allegados. Lo fácil que es echarle la culpa al que no puede protestar a nuestra manera (pero sí un poco a la suya). La solución, lógicamente, pasa por un conocimiento correcto de cómo funciona el caballo –hoy sabemos bastante más que hace unos años- y también, importantísimo, saber cómo funciona nuestro cuerpo para poder llegar a “hacer gestos correctos para que el caballo me entienda y pueda ejecutar lo que pienso”. Y en nuestro número cuantas veces “pienso y digo lo mejor, y hago lo peor” (eso sí, sin querer o sin ser consciente de ello). Hoy, no sólo teniendo en cuenta la competición de cualquier disciplina sino por respeto al caballo, debemos pensar que somos su pareja de baile: equilibrio y coordinación de movimientos. Cada vez se le pide más precisión –ya digo, en cualquier disciplina- al caballo. Y es la misma que nos debemos exigir a nosotros mismos.
Y la articulación de la base del cuello resulta que no se ve, pero es tan importante como las otras; y debemos conocerla y aprender cómo funciona. En artículos anteriores también he explicado los quebraderos de cabeza que su desconocimiento ha provocado a la Humanidad, sí a la Humanidad. Y hoy en día, todavía, a infinidad de jinetes. Si comparamos el manejo de estas articulaciones con los inicios de la conducción de un coche, vemos que lo primero que se nos enseña es a manejar correctamente los pedales –embrague, freno y acelerador- con las piernas; y volante, freno de mano y cambio de marchas con las manos. Y no sólo aprendemos a no equivocarnos, sino también a ser precisos en la utilización de estos resortes. Porque, al fin y al cabo, son resortes (exactamente igual que los de los caballos. O los nuestros). Un error de conducción del coche nos puede llevar al hospital o al taller de reparación: cualquiera de los dos duelen. Y tal vez, mucho. Y los errores en la conducción del caballo no tienen, ni mucho menos, la trascendencia de los del coche, pero sí desesperan; al caballo primero, al jinete y al entrenador a continuación y, finalmente, a los familiares más allegados. Lo fácil que es echarle la culpa al que no puede protestar a nuestra manera (pero sí un poco a la suya). La solución, lógicamente, pasa por un conocimiento correcto de cómo funciona el caballo –hoy sabemos bastante más que hace unos años- y también, importantísimo, saber cómo funciona nuestro cuerpo para poder llegar a “hacer gestos correctos para que el caballo me entienda y pueda ejecutar lo que pienso”. Y en nuestro número cuantas veces “pienso y digo lo mejor, y hago lo peor” (eso sí, sin querer o sin ser consciente de ello). Hoy, no sólo teniendo en cuenta la competición de cualquier disciplina sino por respeto al caballo, debemos pensar que somos su pareja de baile: equilibrio y coordinación de movimientos. Cada vez se le pide más precisión –ya digo, en cualquier disciplina- al caballo. Y es la misma que nos debemos exigir a nosotros mismos.
Pero volvamos a la nuca. Yo creo que tenemos que tener bien
grabado en la mente –y si no en el celular que todos poseemos- el cuadro de las
articulaciones intervertebrales del libro de la Doctora Hilary M. Clayton
“Conditioning Sport Horses” (Sport Horse Publication). En él vemos que el rango
de movimiento de la nuca en flexión y extensión es de cerca de noventa grados; el
de la mandíbula (que no viene
representado en dicho cuadro) no llega a los veinte grados y la base del cuello
sobre los treinta grados.
Primera constatación: sobre todo con la
mandíbula es muy fácil situarse en el límite, tanto inferior como superior de
su rango de movimiento, zonas donde tanto el caballo como nosotros no nos
sentimos cómodos, por lo que recurrimos a otra articulación próxima de
movimiento más amplio que protege a la de menor variación. Y esto es lo que
hace el caballo con su nuca: para protegerse de las incomodidades de la
articulación de la mandíbula cuando la situamos, normalmente sin darnos cuenta,
en sus límites. Y es exactamente lo mismo que hacemos los humanos con todas
nuestras articulaciones.
Segunda constatación: La cabeza del caballo mide casi medio metro
de larga. En el extremo superior está la nuca; aproximadamente cinco
centímetros más abajo, la articulación de la mandíbula. O sea, ambas
articulaciones están muy próximas. Y casi en el extremo inferior de la cabeza,
en la boca, está colocada la embocadura desde la que “mandamos” al caballo. Si
aplicamos las leyes de la palanca, resulta que el brazo embocadura-nuca es
mayor que el brazo embocadura-mandíbula, por lo que el caballo siente más la
acción de nuestra mano en la nuca que en la boca. Y como, además, tiende a
protegerse con la nuca por su amplitud de movimiento, muchas veces cede de la
nuca cuando creemos que lo hace de la mandíbula. O quisiéramos que lo hiciera.
Y no sólo para protegerse sino también porque el brazo de palanca, como decía
más arriba, es mayor el de la nuca que el de la mandíbula.
Aún quedan más constataciones. Seguiremos con ellas.
Paz y espero que le sirva a alguien
A mi de momento para seguir admirandolo. gracias Un saludo. Paz y salud
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