Llevo unos días escribiendo a alumnos míos sobre la mano
como respuesta a las cuestiones –o problemas- que les plantean sus caballos.
Creo que coincido con la mayoría de los que me leéis en el
deseo o aspiración a montar mejor (caballo y caballista beneficiados por
igual), lo cual exige una continua educación de nuestra mano….. entre otras
cosas. Pero aquí me voy a centrar sólo en la mano, ni siquiera en el tacto
ecuestre, ya que la mano supone una parte del mismo.
Como siempre, para poder progresar, ha llegado el momento en
que he tenido que hacerme la misma pregunta: ¿qué sé yo de mi mano? (Preguntas
de mí mismo, similares a ésta, ya me he hecho unas cuantas, casi diría que he
perdido la cuenta). La verdad es que ahora sé bastante más que hace un tiempo
(tampoco mucho), y ello me ha ayudado a relacionarme mucho mejor con los
caballos que monto y también, fundamental, a explicar mejor a mis alumnos cómo
funciona nuestra mano y cómo utilizarla mejor.
Hablo de la mano, en singular, como si sólo montara a la
vaquera. Pero debo hablar de ambas y también de los brazos por su implicación
en el manejo de las riendas.
El punto de partida de mi análisis de la mano es el
siguiente:
La mano humana está diseñada para dos funciones totalmente
diferenciadas: coger y sentir, con las potencialidades de acción, percepción y
expresión como la escritura, música, pintura, danza, el lenguaje de los
sordomudos, deportes, etc. Y todas estas
“manualidades” exigen una educación larga y difícil. De lo dicho me quedo con
tres palabras: coger, sentir y educación. La educación es la que deberá dar
plena significación al coger y al sentir. Ya tengo claro que con la mano puedo
coger las riendas –de muchas maneras- y sentirlas prácticamente de una sola,
reduciendo la tensión –la fuerza- a la mínima expresión necesaria. Un dato que
nos aclara esta distinción: los músculos flexores y extensores de las manos –o
de los dedos- están en los antebrazos. Podríamos decir que la carne de las
manos no es músculo para coger sino carne muy inervada para sentir. (Bien
entrado en años me enteré de esto; pero nunca es tarde si la dicha llega).
En mi ya dilatada
experiencia de dos tercios de siglo a caballo –y también aprendiz de los mismos
años-, he conocido a poquísimos con buena mano de natural, y debieron educarla
todavía: eso sí, progresaron más rápidamente. En cambio, jinetes expertos con
buenísima mano he conocido en España, gracias a Dios, a unos cuantos. Ellos
sabrían –algunos sabrán- lo que les costó
Primer dilema que se me planteó a caballo: ¿estoy cogiendo o
estoy sintiendo? Pronto me vino a la mente la frase de San Pablo: “Pienso y
digo lo mejor y hago lo peor”, equivalente lo que pensamos el común de los
mortales (jinetes/amazonas): “Sé lo que quiero y debo hacer, pero no me sale”.
La respuesta me la dio San Agustín: “Lo primero en el orden de la intención, es
lo último en el orden de la ejecución”, o sea: “Sé lo que debo y quiero hacer, pero
voy a necesitar muchas repeticiones (al principio me parecerán infinitas) para
que acabe saliéndome bien (mas, menos)”.
Una aclaración sobre las repeticiones, tan importantes en
nuestro quehacer diario a caballo: no se trata de repetir y repetir sin más lo
que venimos haciendo, sino primero tener bien claro cuál es el gesto correcto
al que hay que aspirar, y siempre concentración y reflexión para ir acercándose
cada vez más a la perfección de dicho gesto. Me/Os recuerdo la frase de San Sócrates
que hay que tener siempre bien presente: “Una vida sin reflexión no merece la
pena ser vivida”. Es el fundamento del progreso en la Equitación.
Esto es sólo el principio
Paz (transmisible al caballo)