- La gran similitud en el lexema de las palabra profesor y profesional, ya debe hacernos pensar responsablemente en lo que supone ponerse a enseñar algo. “Quien se atreve a enseñar, no debe dejar de aprender”, también en equitación.
- Para ejercer como enseñante, o más
bien lo que debería exigírsele a todo profesor es competencia profesional para la enseñanza y esto se fundamenta en
los siguientes pilares:
1. Conocimientos
(saber):
Conocernos a nosotros, saber cómo
funciona el caballo y como aprende el alumno.
2. Capacidades
(saber hacer):
Saber hacer lo que se enseña o
predicar con el ejemplo, en nuestro caso montar bien.
3. Actitudes
(saber ser):
Casi diría el pilar menos común en el
profesor de equitación, y tan o más importante que los demás. “Saber ser”
exige:
·
Apertura
al cambio
·
Compromiso
·
Actitud
positiva hacia todos los alumnos, creencia en ellos y en sus posibilidades
“Efecto Pigmalión”: el alumno conseguirá tanto cuanto se espere de él.
-
Las
funciones fundamentales del profesor han de ser tres: instruir, educar y
compensar.
Instruir
(o enseñar):
En la actualidad, el
proceso de instrucción (o enseñanza) no consiste ya en trasvasar contenidos de
la cabeza del maestro –en la que se supone que están todos- a la del alumno –en
la que se supone que no hay ninguno-, sino en ayudar a este a construirlos.
“Quien quiera enseñarnos una verdad, que nos sitúe de modo que la descubramos
nosotros” nos dice Ortega y Gasset.
La persona que ejerce la
docencia ha de ser solo un “facilitador” del aprendizaje, y facilitar es,
básicamente no inhibir, no frenar, permitir… Cuantas veces las limitaciones que
se transmiten al alumno, parten de las propias limitaciones del que enseña –sin
que este sea ni siquiera consciente-. Por ejemplo: –¡Que la rienda no cruce por encima de la crin!- y
el alumno lo dogmatiza porque su profesor lo tiene grabado a fuego en su mente.
¿Y por qué no cruzarla, si el caballo nos entiende mejor?.
Así pues podríamos
concluir este apartado diciendo que la enseñanza consiste en avivar ese deseo
instintivo de conocer, ese amor espontáneo a la sabiduría. La meta del ser
humano, su deber, su éxito verdadero, su sentido, su felicidad… no es vivir
cómodamente, ni atesorar riquezas, ni alcanzar un título, ni fama, sino “llegar
a ser…”
Educar
Educar para que los
alumnos monten mejor pasaría por educar sus gestos para que el caballo entienda
lo que se le pide.
Pero desde un punto de
vista más amplio, ciertamente, las personas somos seres inacabados. Estamos
constituidos por dos principios, uno actual (lo que somos) y otro potencial (lo
que podemos llegar a ser), que se provocan, que tienden a fundirse. Cada
uno de nosotros llega a este mundo a medio hacer, imperfecto, incompleto...
Estamos convocados a
desplegar nuestras posibilidades, que son infinitas; a convertirnos en los
seres singulares que debemos, no en meros calcos de los demás; a conformar
nuestra (id)entidad, que es la fusión de esencia y proyecto; a buscar nuestra
formación, porque por naturaleza no somos lo que debemos ser; a pasar de un
estado natural a uno cultural; a perfeccionarnos, a crearnos; a humanizarnos.
“Vivir es esencialmente crecer”, según dijo certeramente Aristóteles.
Compensar
Compensar en el sentido de establecer
todas las medidas necesarias para que los sujetos que parten de una posición de
desventaja puedan alcanzar las mismas altas metas que los demás.
Para concluir con estas notas, me
gustaría resaltar la gran oportunidad que nos brinda el caballo –por su
infatigable espíritu colaborador-, de poner en práctica todo lo dicho
hasta el momento. Pensemos en los más
jóvenes, necesitados de estar recibiendo continuamente cosas buenas sin
esfuerzo previo –adictos a la inmediatez-. Para trabajar con ellos la
paciencia, la resistencia al fracaso o la frustración que éste conlleva, que mejor herramienta que el caballo, donde
precisamente la clave del éxito radica, fundamentalmente, en tomarle gusto a la
repetición.
Paz y espero que sirva a alguien.
Félix Lara Canovaca
Félix Lara Canovaca
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