Contando con
las ideas expuestas hasta ahora sobre el control del espacio, la coordinación y
la actitud, vamos a hablar de cómo se hace todo esto en la práctica.
En la
primera sesión y una vez hemos soltado al caballo, permitimos que investigue el
sitio y husmee todo lo que desee, se revuelque y pueda observar el entorno para
sentirse más o menos cómodo. Los excrementos de otros caballos suelen
interesarles más que el adiestrador en el centro del picadero. Dejaremos que
los huelan. En las siguientes sesiones y si el trabajo es satisfactorio (se ha
creado una relación), el tiempo de exploración disminuye pues la atención sobre
el adiestrador prevalece ante otros estímulos.
Empezar
significa observar la actitud del caballo, porque según esta, responderemos de
una forma u otra y encaminaremos el trabajo en una u otra dirección.
Si se nos
acerca: premiamos su acción con caricias y le invitamos a seguirnos.
Si no nos
presta atención, está pendiente de lo que ocurre fuera, se mueve por su cuenta:
lo echamos a correr. Nuestro trabajo es explicarle que somos nosotros quienes
controlamos ese espacio y que si se mueve por su cuenta, se puede meter en un
lío. Hacemos entender al caballo cómo hay que estar en este lugar para estar
bien, indicándole por dónde tiene que ir, “echándolo” cuando decide usar ese
espacio por su cuenta o cuando tiene una actitud de rechazo hacia nosotros,
cuando invade nuestro espacio o cuando está pendiente de lo que ocurre fuera
del picadero.
Echarlo no
comporta enfado por nuestra parte. Es un toque de atención: si estás aquí
conmigo, debes estar pendiente de mi porque yo conozco y controlo este espacio
mejor que tu. El control del espacio
lo mostramos indicándole al caballo cómo y por donde tiene que ir y para ello
utilizamos nuestro cuerpo, buscando la coordinación
con él.
Para
movernos con el caballo dentro del picadero, para echarlo, pararlo o provocar
movimiento hay algunas pautas a seguir.
Nuestro
cuerpo debe permanecer en la parte central del picadero a la altura del centro
del caballo, con los hombros enfocados en la dirección que deseemos. Andamos
con él en círculos pequeñitos desde donde buscaremos la coordinación. Si
corremos, él correrá con nosotros. Si andamos despacio, él andará despacio. Si
todavía no hay coordinación, esto no ocurrirá. Acercándonos o alejándonos del
caballo variaremos o corregiremos su trayectoria.
Si nos
adelantamos al caballo, lo estamos bloqueando y se para. Así también podemos
reducir su velocidad en caso de no estar coordinados. Si nos atrasamos, lo
estamos empujando. Para provocar su desplazamiento, permaneceremos a la altura
del centro a la parte posterior del caballo.
Para cambiar
el sentido de la marcha nos giramos y si está coordinado con nosotros, lo hará
a la vez. Si no está coordinado todavía, nos adelantamos a él y giramos. Si no
responde, repetimos. Podemos avisarlo previamente para que el giro no sea
brusco.
Un giro realizado cuando ya existe la
coordinación. No hay que bloquear al caballo para provocarlo.
La sensación
que sentimos cuando encontramos la coordinación es la de ir juntos, a la vez.
Si nos sentimos por encima del caballo y intentamos controlar sus movimientos,
no seremos capaces de coordinarnos con él.
A través de
la coordinación, podemos variar la velocidad, el sentido de la marcha, podemos
parar, saltar o pedirle que baje el cuello. Cuando el caballo coordina sus movimientos con los
nuestros, girando cuando nosotros lo hacemos, moviéndose a la misma velocidad
que la nuestra y respetando el espacio, es que ya nos ha aceptado como líderes.
Se moverá en este espacio como nosotros lo hagamos y empatizará con nuestro
estado emocional. Ha comprendido que controlamos el espacio mejor que él. La
base de la relación está establecida. Encontrar la coordinación entre ambos
puede durar unos pocos minutos.
La
coordinación forma parte de su lenguaje y de sus programas naturales, pues es
una forma de cohesión y de supervivencia. En los trabajos con ellos la
utilizamos porque es algo que comprenden y nos facilita la relación. Es una
forma de anteponer sus valores a los nuestros, entrando en su forma de ver la
vida y de organizarse para estar más cerca de ellos. La consecuencia es la
aparición de la confianza.
Cuando el
caballo se para y nos mira en actitud
relajada, permitiremos que se nos acerque. Relajaremos nuestro cuerpo,
bajaremos la mirada y echaremos un pasito atrás. Esta acción es una invitación
a entrar en nuestro espacio. Si se acerca, premiaremos su elección con
caricias. En caballos desconfiados que se paran pero no se atreven a acercarse,
podemos movernos un poco por delante de él para provocar su movimiento. Si no
resulta, nos acercamos nosotros, lo acariciamos e invitamos a que nos siga.
Premiamos cualquier pequeño paso hacia nosotros.
Si se para
sin prestarnos atención, no nos acercamos a el. En estos casos, acercarnos a él
cuando decide pararse, sería una forma de decirle que él es quien controla el
espacio.
Esperamos a
que se acerque por voluntad propia.
Otros aspectos a tener en cuenta:
·
Durante
el trabajo, deberemos saber diferenciar cuando debemos bloquearlos o cuando no.
Deberemos ser conscientes de si el caballo está coordinado con nosotros o si
tiene todavía ideas propias sobre el uso del espacio.
·
En
algunos casos el primer trabajo puede ser solo para pedir su atención. Si no la
tenemos no podemos pasar a otro peldaño. Si su huida es por miedo, el trabajo
se centra en invitarlo a estar a nuestro lado, premiando cada vez que decide
acercarse, provocando que nos mire o que se acerque.
·
Deberemos
ser capaces de reconocer la agresividad y los enfados, tanto para el trabajo y
manejo como para evitar posibles accidentes.
·
Hasta
que el caballo no esté atento y relajado a nuestro lado, no podremos avanzar en
el proceso. Cada paso que hagamos debe acabar así.
·
Cuando
“echamos” al caballo (la acción del “fuera de mi espacio”), nunca lo hacemos de
cara. En algunos casos de resabios (mal manejo por miedo) podemos encontrar
caballos muy agresivos con el hombre que no dudarían en atacar. Aquí sí que
echamos de cara. No suelen ser casos demasiado frecuentes.
Si dudamos,
lo mejor es preguntar a un buen profesional. Para valorar su trabajo, debemos
constatar que el caballo está cada dia más confiado y relajado. En caso
contrario, debemos cambiar de profesional.
Cuando un
caballo confía en nosotros, nos sigue voluntariamente como seguiría a su líder
en estado salvaje. Llegados a este punto, el resto es fácil. Cada nueva
situación o reto que le planteamos se resuelve en breves momentos. Suelen
comprender lo que les pedimos, si están relajados y predispuestos, en una o
pocas veces más.
Podemos
enseñarles a no tener miedo de las personas, a que nos den sus manos y sus
pies, a poder tocarlos por todo el cuerpo, podemos enseñarles giros, paradas,
ponerlos a riendas largas, ponerles la manta y la montura o montarnos por
primera vez. Si hemos hecho bien el trabajo, todas estas situaciones serán
aceptadas por el caballo porque habrá entendido que no vamos a comerlo aunque
tengamos cara de depredador y que estando a nuestro lado estará seguro. Nos
podemos relacionar con el agresivamente y con dominancia, o provocando su deseo
de estar con nosotros siendo su líder natural. Con un caballo al que intentamos
controlar o dominar con agresividad, nunca podemos estar seguros de que va a
“estar ahí”.
Todos los
“problemas” que proponemos a un caballo en estas sesiones tienen como fin que
encuentren su seguridad a nuestro lado y que ante cualquier situación busquen
nuestro consejo. Desde el primer problema que pueda plantearse en el picadero
redondo se busca la empatía para poder crear una relación.
Una vez
tenemos más o menos claro cómo utilizar el picadero redondo y habiendo
realizado esta fase previa, introduciremos los elementos básicos que preparan
al potro para ser montado: ser guiado y responder a las riendas, la manta o
sudadero, la montura y el jinete. En el próximo capítulo hablaremos de ello. Si
aparecen dudas sobre lo expuesto, pueden dirigirlas a mi correo electrónico: vicentefranch@yahoo.es