Este pasado fin de semana, en la Copa Presidente, les insistía a unos alumnos míos en que pusieran especial atención en MANTENER FIJA LA POSICIÓN DE CUELLO Y CABEZA del caballo. Sí se me ocurrió en ese momento, pero porque más bien me lo pedían los caballos; para hacer bien los recorridos necesitaban mantener más fijos cuello y cabeza. Se trataba de caballos poco expertos todavía en las pruebas medianas. ¿Por qué le dí tanta importancia a ese gesto o, más bien, posición del caballo?
Por lo que supone para el equilibrio y la conducción del caballo.
Hace 150 años BAUCHER dijo: “En nuestro siglo XIX, en el que todas las cosas deben ser tratadas científicamente, es normal que se le haya pedido a la ciencia el secreto del equilibrio”. Me interesa resaltar una palabra: “secreto”. En la Equitación, especialmente en la de salto en la que los cambios de equilibrio son contínuos, es muy difícil detectar cuál es el mejor en cada momento. En un recorrido, estos fallos en el equilibrio normalmente se los achacamos al caballo por la falta de entendimiento a nuestras órdenes. Estoy harto de oír repetidamente la frase: “Yo quería tal cosa pero el caballo no me ha respondido”, cuando la reflexión correcta sería: “Yo he hecho algo, el caballo ha respondido correcta o aproximadamente a ese algo, y no ha salido lo que yo quería. Debo buscar la solución buena yo, no achacarle el fallo al caballo”.
El caballo maneja su propio equilibrio, por un lado con el cuello y la cabeza –su balancín–, y por otro, con los pies. Nuestro peso y las acciones de la mano no le ponen fácil el manejar los pies, así que recurre principalmente a su balancín para los cambios de equilibrio, pero finalmente lo que hace es desequilibrarse. El símil con un coche sería el de utilizar continuamente el freno en lugar del cambio de marchas. El ejemplo más importante y a la vez más sencillo, es el de las transiciones. En toda transición, lo fundamental es que el caballo mantenga el cuello y la cabeza –el balancín– en la misma posición y que no se apoye en la mano, o sea, que se aguante a sí mismo y nunca en mi mano. ¿Cómo conseguirlo? Como todo: repitiendo no sólo cientos sino miles de veces sabiendo que las primeras –que pueden ser más de cien– saldrán un churro. “Aqua cavat lapidem, non vis sed etiam cadendo” (El agua no socava la piedra por su peso, sino por estar continuamente cayendo).
Es muy difícil detectar o sentir, como decía antes, el mejor equilibrio del caballo en cada momento, pero sí puedo ver y sentir su balancín. Si soy capaza de mantener cuello y cabeza en la misma posición, que no se apoye en mi mano más que cuando yo se lo pida y sólo tirando verticalmente, mi pierna sin MANTENERLE en el aire en que está, tengo clarísimo que todos los giros y transiciones que no paro de hacer –inevitables en una pista incluso grande– el caballo está haciendo esos continuos cambios de equilibrio necesarios en los giros y transiciones con los pies, puesto que su balancín permanece monolítico y sin posibilidad de apoyarse en la mano. Y de esta manera no existe el desequilibrio, porque los pies todo lo hacen entrando, y de delante no puede dejarse caer sobre las espaldas: garantía de equilibrio. Al final nos sensibilizamos –en esto consiste el tacto ecuestre– a ciertos gestos que nos garantizan el gesto confortable del caballo, que es de lo que se trata.
Ahora bien, si cuando estamos trabajando le dejamos que mueva la cabeza, se quede detrás de la mano (uf¡ qué cómodo) o que saque el pico (incómodo pero inevitable, así que a convivir con ello), o que pese a la mano, si no hay que saltar el control es engañosamente aceptable, porque luego en el recorrido resulta que no, que el control es muy malo, entre otras razones porque el caballo querrá utilizar su balancín para recuperar su equilibrio, cosa que le hemos permitido hacer inconscientemente en el trabajo en liso. Conclusión : “lo que sembremos desde el paso, es lo que recogeremos al galope”
La otra cuestión es que, cuando estamos saltando, si utilizamos excesivamente el balancín, subiendo o bajando, acortando o estirando el cuello, le damos pocas opciones al caballo a que utilice ¡como realmente nos interesa! sus pies. Otro símil: cuando nosotros aprendemos a patinar, por falta de control de nuestras piernas, abrimos los brazos y los movemos para equilibrarnos. Con el caballo ocurre lo mismo: al principio hay que dejarle utilizar el balancín, pero cuando ya está en situación de disponer bien de los pies, que sólo lo cambie cuando nosotros se lo pidamos. En el salto, cuando el caballo despega del suelo, es cuando necesita utilizar su balancín a tope.
Cualidad fundamental en el trabajo: CONCENTRACIÓN ¿sé lo que le debo pedir al caballo y se lo estoy pidiendo continuamente bien? Los caballos tienen una mente parecida a la de un niño de cinco años: su concentración es tan inestable que depende totalmente de la nuestra. Y nos engañan con una facilidad pasmosa.
Cambio el contexto de la frase de San Agustín y la aplico en mí mismo para resolver la mayoría de nuestros problemas con los caballos: “tú estabas dentro de mí y yo te buscaba fuera desesperadamente”. El problema está en nosotros y, mucho menos, en el caballo
Paz y espero que os sirva a alguien.