Cuando a un jinete experto le preguntamos sobre lo que busca en su trabajo cotidiano con el caballo podemos oír: que meta los pies, que baje la grupa, que tenga los pies más activos, que esté “conectado”, que esté flexible, ponerlo bien redondo, que afloje la mandíbula, que esté sometido, que se aguante, que se reúna… O simplemente una combinación de varios de los citados. ¿Quiere decir esto que cada jinete hace un trabajo distinto? Obviamente no, puesto que todos utilizamos los mismos medios y los aplicamos –mejor o peor– sobre los mismos puntos del caballo.
Y es que todos conocemos los medios de los que disponemos, nuestras “ayudas”: asiento, piernas y manos. De modo que lo que nos interesa saber lo más exactamente posible es sobre qué partes del cuerpo del caballo actúan estas ayudas y cómo deben actuar (dando por hecho, por supuesto, que contamos con un grado de musculación adecuado y una óptima puesta a punto).
En nuestro mundo hípico se sabe mucho del exterior del caballo y muy poco del “interior”. De la mecánica interior del caballo poco nos preocupamos, sólo de lo básico, pensando que una mayor profundización es sólo cosa de veterinarios o de especialistas en biomecánica. A partir de aquí, como es muy complicado, dejamos que sea la propia pericia hípica de cada uno la que vaya resolviendo los problemas cotidianos que se nos presentan. Es lo que ha venido pasando con el caballo desde que empezó a sernos útil hace 4000 ó 5000 años, hasta hace escasamente 100 años. Es curioso, en cambio, cómo cualquier deportista del mundo del motor conoce perfectamente la mecánica interior de la máquina que pilota y por tanto cómo actuar sobre ella para sacarle el máximo provecho.
Hablando de máquinas…. Cuando conducimos un coche, simplemente ocurre que las ruedas nos llevan más o menos deprisa y girando oportunamente. Pero sabemos que nosotros no actuamos sobre las ruedas, sino sobre el cambio de marchas, el volante y los pedales que, a través de unos resortes, hacen que las ruedas adopten una velocidad y una dirección concretas. Ocurre, del mismo modo, que el jinete no actúa directamente sobre las extremidades del caballo, sino que lo hace, con sus ayudas, sobre los resortes situados en la cabeza y columna vertebral del caballo, los cuales, a su vez, producirán el movimiento de sus extremidades. No hay que olvidar, por tanto, que el origen del movimiento del caballo, como el de todos los vertebrados, está en su cabeza y su columna vertebral. Estos resortes, o articulaciones, sobre los que actuamos continuamente como jinetes son: la mandíbula, la nuca, el cuello (sobre todo la base del cuello) y el dorso-riñones del caballo. El buen manejo de estas articulaciones significará que los pies entren más y estén más activos, que las espaldas suban, que el cuello esté menos encogido y que el caballo se aguante mejor. En definitiva, conseguiremos un gesto confortable del caballo.
Nos centraremos en cada una de estas articulaciones y cómo actúan en el movimiento del caballo en la segunda parte de este artículo, en el siguiente número de la revista, pero antes hagamos algunas aclaraciones previas.
1.- Al contrario que los otros animales domésticos, el caballo, para demostrarnos su desacuerdo y así conseguir rebajar nuestros excesos, no nos envía señales acústicas (gruñir, ladrar, etc) ni tampoco visuales (poner mala cara, enseñar los dientes…). ¿Cuál es su manera, entonces, de decirnos que lo que estamos haciendo con él no es lo correcto? Lo hará de dos modos que seguro todos conocemos muy bien: o bien poniendo rígida su mandíbula o bien encapotándose. Sus consecuencias las sufrimos no sólo a corto plazo, sino también, y sobre todo, a largo plazo.
2.- Refiriéndonos ahora a nuestra forma de reaccionar con respecto a nuestros sentidos: podemos hacer la vista gorda, podemos hacer oídos sordos, pero lo que nos resulta imposible es que estando “en con-tacto” ignoremos la comunicación (por ejemplo, cuando alguien nos tiene cogido del brazo, es imposible no sentir nada). Y resulta que ocurre, como bien sabemos, que a caballo todo es puro tacto mientras hay un con-tacto jinete-caballo, esto es, mientras estamos montados.
4.- El caballo es el animal doméstico más deformable. La prueba está en la diferencia de silueta (y su consecuencia en los movimientos) de ir bien montado a ir mal montado. O lo que es lo mismo, de ir redondo a ir invertido. El perro y el gato tienen muy pocas variantes. Sus cuellos y sus dorsos son indeformables. Ya hablé en la lección anterior de la “S” del cuello del caballo. Su silueta es la que nos dice si un caballo está trabajando bien o no.
5.- Nuestras ayudas, sobre todo las de las manos, actúan a través de la boca del caballo sobre las articulaciones de la mandíbula, nuca y base del cuello. Y el dorso dependerá de cómo hagamos funcionar la base del cuello. En esto el caballo se parece al hombre ya que tiene la misma sinergia cuello - dorso-riñones: cuando encogemos el cuello, encogemos los riñones y cuando estiramos el cuello abombamos los riñones.
6.- El sistema nervioso central del caballo es completamente distinto al humano. Por una parte, su capacidad de reacción es 1/3 más rápida que la nuestra. Ventajas: el caballo, sin previo reconocimiento de un recorrido, distingue rápidamente entre un vertical y un fondo. Sin esta capacidad de reacción, sería imposible hacer los recorridos modernos, que suponen una continua improvisación para el caballo. Inconvenientes: cuando nos sorprende, llegamos tarde para acompañarle: nos caemos, nos “colgamos”, nos quedamos en el rabo… Por otra parte, su motricidad voluntaria (la que ordena el cerebro) es muy escasa, lo que significa que normalmente se mueve por lo que le dicta el instinto (de lo contrarío, el caballo hace millones de años que habría desaparecido). BAUCHER ya nos decía hace 150 años: “la posición precede a la acción”, y también “colocar y dejar hacer”. Es decir, la mejor comprensión para el caballo es la posición que le predisponga a la acción correspondiente. Y es que el caballo, más que “entender”, lo que necesita es que le pongamos en una posición que le predisponga necesariamente a hacer lo que nosotros queremos. Para ello es imprescindible que el jinete tenga muy claro, no sólo lo que quiere, sino los medios adecuados para conseguirlo. Un denominador común en todos los deportes es “la anticipación del esfuerzo”, equivalente a la posición previa que pone en disposición de poder hacer el gesto deportivo que se busca. Por ejemplo Rafa Nadal en los saques.
7.- Hace poco más de 100 años el profesor Marey, al final de su exposición en la Academia Francesa de las Ciencias sobre “Análisis cinemático de los aires del caballo” dijo: “Debo resaltar finalmente, que la tendencia a la economía del esfuerzo que se constata, en diversos grados, en toda las máquinas animales, parece alcanzar en el caballo su mayor perfección”. Este es el fundamento del papel del caballo en la Historia de la Humanidad.
De la reflexión sobre todos estos puntos nos tenemos que servir para que nuestro trabajo cotidiano a caballo sea lo más eficaz posible.
No obstante, de las 3+1 articulaciones del caballo (mandíbula, nuca, base del cuello + dorso-riñones) origen de todos sus movimientos, hay una a la que considero más importante por su desconocimiento a lo largo de su historia al servicio del hombre. Me refiero a la articulación cérvico-torácica, o sea, la de la base del cuello. Todavía en nuestro tiempo es la gran desconocida. Y es que de lo primero que el hombre tomó conciencia al servirse del caballo fue el hecho de que las barreras de los límites humanos desaparecían: el hombre gracias al caballo, pudo desplazarse mucho más lejos, sin límites, ir mucho más velozmente y obtener un poder mucho mayor sobre sus semejantes. Nada que ver con su vida con los predecesores animales de tiro: el buey, el asno y el onagro, que eran mucho más lentos y menos colaboradores que el caballo. En cambio, de lo que el hombre no tomó conciencia fue de que el gesto confortable necesario a cada trabajo físico, en el caballo pasa porque la base del cuello (articulación cérvico-torácica) trabaje correctamente.
A la Historia me remito: lo primero que se hizo con el caballo fue engancharlo a un carro con un arnés muy parecido al que se utilizaba con los bueyes: un yugo y un collar al cuello (totalmente anti-hípico…). Puesto que el caballo tiraba de la tráquea, su límite de capacidad del esfuerzo simplemente radicaba en la pura asfixia, así, en lugar de buscar un tipo de arnés más racional, lo que hizo el hombre fue aligerar el carro y aumentar hasta cuatro el número de caballos de tiro (la cuadriga, de todos conocida) de modo que conseguían alargar el límite de asfixia. De hecho, en todas las representaciones de cuadrigas, los caballos con el cuello al revés. Para hacernos una idea de esto podemos acudir a los bajorrelieves del Partenón esculpidos por Fidias: los caballos aparecen representados con el cuello totalmente invertido, incluso se pueden apreciar las arrugas de la base del cuello, típicas en aquella época. Estas arrugas, en cambio, sólo se ven en caballos con el cuello al revés. ¿Es que eran de conformación natural con el cuello al revés? No, claro que no. Sencillamente ocurría que, como el hombre desconocía la importancia de la articulación de la base del cuello, los caballos hundían dicha base y, por sinergia, hundían el dorso. Así funcionaban, y así nos los representaban los escultores y pintores. De este modo, en esta disposición antinatural del caballo –el cuello invertido– eran necesarias embocaduras severas (por no decir instrumentos de tortura…) para poder controlar los caballos de entonces, cuya envergadura, por otra parte, era equivalente a lo que hoy es un pony “C” (poca alzada y poca masa).
Así, este tipo de caballo estuvo tirando de la tráquea durante más de 30 siglos (¡y siguió aguantándonos!). Y no fue hasta el siglo X de nuestra era cuando se inventó el collerón, gracias a lo cual el caballo pudo estirar el cuello bajando la cabeza, desarrollando todo su esfuerzo de una manera confortable. Este invento en un periodo oscuro de la Alta Edad Media transformó radicalmente la vida del trabajador por el empleo racional del caballo. Al cabo de 100 años, el collerón se había extendido por toda Europa y el hombre cambia en la labranza el buey por el caballo, porque éste le hacía el trabajo de cinco bueyes.
Hasta aquí el comentario sobre la importancia de la articulación cérvico-torácica. Del resto de articulaciones continuaremos hablando en la segunda parte de este artículo, en el próximo número.
Jose soy Sandro, sin duda el mejor de los articulos que e leido hasta ahora. soy un muy fiel seguidor de la técnica que usaba Morugán, siempre bien utilizada y tutorizada. como todo lo bueno, con moderación es muy util ya que al bloquear el cuello obliga a trabajar mucho el tren posterior. solo un inconveniente; te deja las piernas absolutamente agotadas jajaja. me a quedado una pequeña duda acerca de la nuca el punto mas alto del cuello. explicamelo mejor. un saludo
ResponderEliminarJose manuel , mi pregunta es que te parece mejor,¿chambon, o riendas alemanas?, a mi me gusta más el chabon, y ¿a ti?
ResponderEliminarPues no,sin permiso....compartes este articulo tan interesante, haciendo vuestras las palabras del autor , pero a pesar de ello entrenais de forma opuesta...Se os llena la boca criticando el rollkur, pero lo practicais a diario...si Curioso hablara....
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