Este es el artículo que he escrito para el último número de la revista El Galope.
Cuando montamos a caballo, el primer problema que se nos plantea es el de tomar conciencia de las diversas acciones a realizar con las manos. En los primeros estadios del aprendizaje de la Equitación, ante la falta de equilibrio, para sentirnos más seguros nos agarramos de las riendas, o sea, de la boca del caballo. Sin embargo se trata de un error que a menudo perdura en estadios mucho más avanzados, normalmente de manera inconsciente.
El manejo de un coche es más sencillo: el freno para frenar, el volante para girar, etc, y sólo el cambio de marchas requiere dos movimientos, apretar el embrague y cambiar (ahora, con el cambio automático, ni eso).
En cambio, a caballo, tan sólo cuando ya empezamos a sentirnos seguros, la mano es capaz de aprender a frenar y hacer girar al caballo, lo que es totalmente necesario para su control. Y más adelante, cuando además de sentirnos seguros –equilibrados—, somos capaces de coordinar nuestros movimientos con los del caballo, entonces aprendemos a equilibrarlo. Es ahora el momento de sustituir el freno por el cambio de marcha, sustituir los “tirones” por el control de la resistencia y del equilibrio. Y es que en el caballo, como en nosotros mismos, acelerar y frenar es un problema de equilibrio y no de fuerza.
Cuando ya todas estas cosas sabe hacerlas bien la mano, hay que aprender a des-contraer todas las articulaciones del caballo. Y, de paso, revisar también las nuestras. Es inconcebible un atleta (el caballo) o un deportista (el j/a) no debidamente relajado. A mí me gusta utilizar el concepto de “eutensión”, que lo aprendí del gran Vittorio Gassman, y que significa la tensión ideal para cada acción. Por supuesto, él lo aplicaba al teatro. A mí me sirve con el caballo.
Finalmente, la misión fundamental de la mano, con la ayuda del asiento y de las piernas lógicamente, es procurarle el gesto confortable al caballo en cada uno de sus movimientos o acciones. Esto es hacer feliz a un caballo: no pedirle nada que no pueda hacer (os recuerdo el capítulo X de “El Principito”), y ponerle en la mejor disposición de hacerlo. Baucher lo expresó concisa y perfectamente: “colocar y dejar hacer”. Steinbrecht, al “colocar” le dedica un montón de páginas en su “Gimnasio del caballo”.
Hay tres partes del cuerpo del caballo que mucho caballista desconoce y cuyo conocimiento ayuda a conseguir más correcta y rápidamente el gesto confortable:
- El ligamento nucal y su prolongación, el supraespinoso, en su papel de sostén. Para llevarnos y que se lleve bien. Como el humano.
-Los músculos abdominales, y sus antagonistas, los del dorso, en su papel locomotor y de sostén. También como el humano.
-Y la articulación “cérvico-torácica” (la de la base del cuello), tan importante como las articulaciones de la mandíbula, la nuca y el dorso –“la lumbo-sacra”–, y que como no se ve, no le echamos la cuenta que tiene. Veo a muchos caballos en apariencia “redondos” pero que no lo están correctamente porque les falta trabajar mejor dicha articulación. Como consecuencia, la tendencia es siempre a precipitar, más o menos sensiblemente, el paso, el trote o el galope. Así difícilmente se aguantan solos y lo normal es que pesen a la mano o que vayan detrás de la mano. Ya en otra lección anterior señalaba que el caballo es el único animal que tiene la misma sinergia cuello-riñones que tenemos los humanos, y es una de las principales características que lo distinguen de los otros animales domésticos.
¿Qué otras cosas dificultan la tarea de nuestras manos en la comunicación y control de nuestro caballo?
- El hecho de mandar desde el punto más lejano de su cuerpo; como, por ejemplo, la orden de que los pies entren más o menos según pidamos desde su boca.
- Las manos sólo actúan directamente sobre las partes del cuerpo del caballo que están entre su boca y nuestras manos. Es decir, sobre la cabeza, el cuello y espaldas del caballo. Sobre el resto se funciona por acuerdo con piernas y asiento, y por sinergias musculares, como decía más arriba.
- Al contrario que el resto de los animales domésticos, las señales que nos envía el caballo para mostrarnos sus desacuerdos o para temperar nuestros excesos, son señales táctiles –las resistencias–, y no auditivas (como gruñidos), ni visuales (poner una cara agresiva). Este tipo de desacuerdo, más difícil de discernir, hace que seamos capaces de convivir con él toda una vida: es la clásica mala boca. Al final, la culpa siempre del caballo: mala voluntad o mala boca.
- La mano del hombre –a caballo– es la propia de un depredador: la tendencia natural, y por eso tan difícil de corregir, es la de “agarrarse”, como acción agresora.
- La relación del j/a con el caballo se plantea más como la comunicación de dos sistemas musculares –eso sí, muy desproporcionados–, que como la comunicación de dos sistemas nerviosos. Es mucho más fácil utilizar la fuerza que el gesto correcto para que el caballo entienda lo que se le pide, y que pueda hacerlo. La inteligencia del caballo se parece a la de un niño que aún no ha llegado a lo que llamamos el uso de razón. Sí que es capaz de entender aquellos gestos del j/a que le predispongan a hacer lo que en ese momento son capaces de hacer. El caballo tiene una capacidad de aprendizaje enorme, pero siempre a partir de lo conocido. Y, desde luego, la fuerza enseña bastante poco. Al contrario que el hombre, el caballo progresa como si subiera una escalera peldaño a peldaño, y sin posibilidad de saltarse ninguno.
Hace relativamente pocos años comprobé que es posible enseñar a los principiantes a utilizar gestos que “comuniquen” a partir del momento que han adquirido el equilibrio a caballo que se lo permite. El “so” y el “arre”, las primeras acciones que se aprenden, pueden ser muy pronto “que el caballo las sienta, pero que nadie las vea”. Esta discreción es posible por la ausencia de la fuerza correlativa a una buena educación de la mano. Sigo dando todas las semanas alguna clase de tanda porque me ayudan a montar mejor. Nos preocupamos tanto de los objetivos finales que, a menudo, nos olvidamos de los principios. Mi trabajo cotidiano desde hace años, con mis alumnos profesionales, no es ni más ni menos que remacharles los principios para que su base sea bien sólida. Y no solamente para esto, sino también para mantener esa solidez. Creo que es lo que hacen todos los entrenadores deportivos. Como todo deportista que se precie, el caballista debe conocer su cuerpo a la perfección, no sólo para manejarse mejor a caballo sino también, y sobre todo, para comunicarse mejor con el caballo. Y el universo en el que nos movemos es, fundamentalmente, el táctil.
Actualmente, la élite del salto, disciplina en la que estoy más involucrado y mejor conozco, utiliza embocaduras más severas que hace unos años. Tres razones las justifican:
1ª Los caballos van mucho más revolucionados. La selección que ha hecho el hombre en el último tercio de siglo, ya le predispone a ello de natural.
2ª El nivel de precisión de los recorridos es también mucho mayor. El control parecido al de una jaca vaquera. Como diría Joaquín Olivera, la actitud del caballo expectante total.
3ª Amazonas y jinetes con cuerpo y manos muy educados. Incluso en momentos violentos, sobre todo las amazonas de élite, no se descomponen ni tiran. Esta educación ha propiciado el que hayan tantísimas amazonas en la alta competición. Está claro que esta disciplina cada vez es más femenina. Es un verdadero placer verlas montar.
Seguiremos la próxima lección con la mano y su educación.
Paz y espero que os sirva.